Cuentos

Edgar Escobar Barba: el labrador literario

 

Edgar Escobar Barba

(Nicaragua, 1956 – 2015)

 

 

Edgar Escobar Barba

 

 

Edgar Escobar Barba. Masaya, Nicaragua. Cuentista, poeta, ensayista, periodista e incansable promotor cultural. Dedicó su vida, además de al propio quehacer literario, al rescate de leyendas nicaragüenses, a promover talleres de literatura en diversas zonas del país, y de la misma manera a organizar grupos de encuentro de escritores con el objetivo de sembrar en los jóvenes el coraje a enfrentarse al papel en blanco. Publicó cuentos y poesía, entre ellos Miligramos (2000), Cántaros (2002), Más que Vago Peregrino (2003), Intimidades Nocturnas (2003), su libro Mensajes cifrados (2006) fue premiado por el Centro Nicaragüense de Escritores. Trabajó como recopilador y logró publicar Brevísima Antología (2005), una edición de la Academia Nicaragüense de la Lengua que reunió 55 cuentos de 37 escritores. Fruto de sus estudios de los mitos y leyendas nicaragüenses publica el libro Entre sustos con los ahuizotes (2000). Escobar Barba, de sencillez inquebrantable, es un escritor de lo cotidiano, el labrador literario que sembró con entusiasmo la pasión por las letras, un escritor comprometido con la juventud, con la literatura, con Nicaragua. Acá compartimos dos breves de su autoría.

 

Contemplación

Me siento y fijo la mirada en el espejo oval. Lo veo de tres cuartos, no de frente. Me atrae lo que refleja: un fragmento de paisaje. Una rama de árbol. Frondosa. Verde. De entre ese matorral sale una diminuta flor. Es amarilla. Atrás, un delgado tronco y la rama que figura ser un camaleón. El viento lo mece, supongo. Dos movimientos y la rama se inquieta. Cae un chipichipi. Gotea. Tiembla la hoja. Una gota de ángel apenas perceptible la toca sin lastimarla. Sale una lágrima verde. Sigue firme y la rama camaleón está entre estática o en movimientos leves. La hoja y el matorral siguen siendo verdes. La flor, amarilla. Es el fragmento de un huerto. ¿Será naturaleza? Transmite libertad, belleza etérea y real. Alguien toca la puerta. Me distrae. Me levanto. Golpean los ladrillos. Me llaman. Regreso mi rostro al espejo. Ya no veo más que un vidrio. Voy por mi plato de hojalata. Nuevamente estoy aquí, bien emparedado.

 

La rémora

Sos una rémora, le gritaron los vecinos. Rémora. Rémora. Y el fulano al sentirse descubierto, pies en polvorosa o mejor dicho, escamas y alas de pescado a volar en nuevas aguas. No volvieron a saber de él en ese barrio porque en otros, cobró fama de pegoste, vividor, mantenido. Pero cómo, porque tanta ofensa si era un orgullo obtener trabajo de esa forma, cual era el problema si ese era su oficio y así le habían enseñado en casa.

Acaso su papa y hermana no hacían lo mismo con la mama y sus otros hermanos y hermanas. Acaso la Rutilia controlaba a sus enamorados: hacer méritos: invitarla a salir, comprarle ropa, antojos, uyyy, de todo. Esos antojos la llevaron a supuestamente encadenarse por el crío en camino pero aun así siguió de rémora con el oficial y los enamorados. En casa eran expertos.

El papa con su mama, ese era su labor mientras ella lavaba, planchaba, hacía comidas, mientras papa oyendo radio y exigiendo ropa limpia, boquitas y atenciones prioritarias si no, ya sabes, me busco a otras que me mantengan, digo, me aprecien, mi pichoncito si no tengo trabajo desde hace cinco años, no valoran mis conocimientos astrológicos, matebrúticos y filosóficos y así no se puede si no me pagan en dólares y un horario libre de entrar y salir como en mi casa o con mi mujer, ejemplo.

De ahí no es de extrañar la postura de rémora: pegarse a un tiburón y limpiarle los dientes o las partes que no alcanza. Se dice de un pajarito acompañante del rinoceronte, e incluso le silva para prevenirlo de sus enemigos. Otro tanto somos los humanos, buscamos en quien acomodarnos, ser casi esclavos, pero sutiles, para de ahí recibir los beneficios de nuestro o nuestra protectora. Y tenemos peso, por la cercanía, al grado de saber cómo hablarle al monstruo.

El poder. Bestia, temida, devora. Arrasa. Porque no tener un confidente seguro. Pero así es esto, no somos como los burrócratas, para nada, esos tiene su propio estilacho. Nosotros, nos da por ser mantenidos, si, y que, así nos educaron, así nos comportamos antes la sociedad, el barrio, el hogar, él o la compañera. Si hasta se empieza a hacer la filosofía de las rémoras y anexas. Creamos escuela, pero solo para iniciados, porque si no la competencia se acrecienta y perdemos puestos vitales. Y no conviene. Y ya me voy a otro barrio y a otro, a seguir de parásito, comiendo no de gratis, porque uno suda también limpiando las inmundicias del Leviatán.

 

Foto: Christine Von Diepenbroek

Foto: Christine Von Diepenbroek

 

 

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